Ayer, el mejor entrenador de todos los tiempos del futbol guatemalteco, recibió a Prensa Libre en su residencia, la misma donde ha vivido los últimos 40 años.
Ahora, con un caminar pausado y una mirada que esconde muchas historias del futbol nacional, don Rubén sólo sonríe cuando se le pregunta si aún continúa observando partidos los domingos.
Sus labios prefieren no abrirse, pero sus ojos brillan y es que para la leyenda viviente, el tiempo ha transcurrido rápido porque ya son más de 10 años desde que se alejó de las canchas.
Julián, el segundo de los cuatro hermanos, confiesa que no acepta que su padre padezca Alzheimer, pero asegura que la diabetes y la depresión, de dejar de hacer lo que tanto le apasionaba, le afectó y prefirió bloquear algunos episodios de su vida.
Símbolos gloriosos
Los cuadros, medallas y trofeos que adornan la sala de su casa, hablan de lo mucho que consiguió y que hasta la fecha nadie ha podido superar.
Ahora, don Rubén se refugia en el amor de su familia, principalmente en el de su esposa Paquita y de su nieto, Rubén, de cinco años, quien es el único que lo ha hecho que le vuelva a patear un balón, aunque sea en el jardín.
“Él ha olvidado muchas cosas, pero sigue siendo el mismo hombre cariñoso de siempre”, dice orgullosa su esposa, con quien cumplió 51 años de matrimonio.
Aunque ahora está alejado del futbol, sus raíces uruguayas no las olvida y como dice su hijo, “la celeste la ha llevado siempre en su corazón”, pero también deja claro que la familia Amorín no perteneció a ningún plantel, sino al deportivo Amorín.
“Siempre apoyamos al equipo que dirigía mi papá y nos poníamos la camisola sin importar el color”, reconoce Julián.
Lo que no ha dejado de hacer es tomar mate, comer pizza, empanadas y papas fritas. “Sí, papas fritas”, dice el ex entrenador, con una sonrisa particular.
Su carisma es inconfundible, por eso muchos de los jugadores y ex jugadores le tienen un cariño especial y, junto a él, consiguieron triunfos que actualmente no han logrado.
Su hijo argumenta, que uno de los consejos de su papá siempre fue que lo principal era convertir a los jugadores en líderes, no en figuras.
Don Rubén dice que sus jugadores siempre fueron buenos, mientras se toca el pecho, porque para él, lo mejor era que pusieran corazón en lo que hacían.
Mañana será homenajeado previo al juego entre la Selección Nacional y Haití, y volverá a pisar la gramilla del Mateo Flores, la misma a la que se enfrentaba cada domingo y en la que disputó grandes batallas.